jueves, 3 de marzo de 2011

Cosas de cultura innovadora


Cosas de cultura innovadora
España, en términos generales, carece de una cultura de innovación. Para dar con las razones tal vez habría que bucear en la falta de tradición, pero también en una estructura industrial en la que, por más que digan, no caben tantos doctores e ingenieros como sería deseable.
AUTOR | Xavier Pujol Gebellí

De acuerdo con los datos recogidos por la Conferencia de Rectores de Universidad de España (CRUE), la universidad española en su conjunto goza de un estado de salud razonable. A pesar de los problemas que se arrastran desde hace años, hay indicadores que permitirían darle la razón al análisis de esta institución. Por ejemplo, los asociados a producción científica, que sitúan a la universidad española en un más que meritorio noveno lugar mundial. El dato es cuantitativo, por lo que no consta ni la calidad de lo producido ni las condiciones en las que se ha efectuado la labor científica, pero es un signo claro de que se investiga lo suficiente como para aparecer en el ranking internacional. Visto así, la nota que correspondería está claramente por encima del aprobado.

Si habláramos de transferencia, en cambio, y como reconoce la propia CRUE, quedan un montón de deberes por hacer. Se transfiere poco, el capital aventurero no abunda, no surgen empresas rompedoras de base tecnológica, o surgen unas poquitas de vez en cuando, y la conectividad entre la empresa y la universidad se visualiza sobre todo en el área servicios y no tanto como sería deseable en la puesta a punto de proyectos conjuntos de investigación y desarrollo, aunque de estos también hay. Vistos los resultados finales y las estructuras disponibles, podría pensarse en un aprobado justito. 

Y si nos vamos a la innovación desde la perspectiva universitaria, no hay nota que valga. El suspenso es rotundo. En opinión de Federico Gutiérrez Solana, presidente de la CRUE, el motivo es de índole cultural. "No hay cultura innovadora en la Universidad", lamentó en una entrevista reciente. Innovación y competitividad son, en este caso, palabras sinónimas. 

¿Puede promoverse la innovación desde la Universidad? Desde la ortodoxia más conceptual, uno diría que sí. Como bien se sabe, el papel lo aguanta todo, desde un presupuesto ficticio hasta la teoría más descabellada. Por fortuna, el filtro de la realidad acaba imponiéndose pero, aún así, existen instrumentos probados con éxito en otros entornos demuestran que la generación de conocimiento en forma de ciencia básica puede ser el primer eslabón de una cadena de valor que alcanza el mercado.

En España se han ensayado, o están en fase de ensayo, varios de estos instrumentos. Su éxito, hoy por hoy, es como mínimo discutible. Y la causa, más allá de cuestiones técnicas o de diseño, hay que atribuirlas a una deficiente planificación política o estratégica, además de presupuestaria.

Veamos. El objetivo de estos instrumentos es formar talento claramente focalizado a generar y explotar conocimiento con la finalidad de transformar ideas, teorías y conceptos en bienes u objetos de interés comercial. Ahí cabe de todo, desde matemáticos o físicos, hasta biólogos o ingenieros. Cualquiera de ellos, además, por supuesto, de muchísimos otros, forman parte de la cadena de valor. La Universidad les forma y lo hace adecuadamente. No hay informes que lo desmientan ni tampoco que demuestren que nuestros universitarios compiten mal en comparación con otros de cualquier lugar del mundo (la nota aquí se sitúa con facilidad entre el notable y el sobresaliente).

Se pensó, como ocurre en otros lares, que los parques científicos y tecnológicos, por dar un ejemplo paradigmático, podrían constituir un eslabón importante de la cadena. Y en teoría lo son por su capacidad de actuar como incubadoras, de promocionar empresas surgidas del entorno académico o de potenciar la relación entre la universidad y el mundo de los negocios disponiendo de un entorno científico y tecnológicamente avanzado. Difícilmente puede decirse que estos parques hayan fracasado, pero sí puede afirmarse que no han dado el resultado esperado.

Otra de las cosas en las que se ha pensado, ésta mucho más recientemente, son los campus de excelencia. Está claro el objetivo e incluso el mecanismo. Y es cierto que su puesta en marcha es demasiado reciente como para emitir un juicio. Pero podríamos hacer la prueba: hablen con sus responsables y pregúntenles que hay detrás de la marca y qué perspectivas esperan. Si les sale como a mí, observarán una disparidad de respuestas preocupante. 

Son sólo dos casos de cómo favorecer la "cultura de la innovación" desde la universidad. Pero en ellos se esconden dos realidades dramáticas que ponen de manifiesto la dificultad de promover el ansiado cambio de modelo productivo, que es para lo que se precisa de ese tipo de cultura. El primero: uno puede doctorarse o licenciarse y con ello ganar conocimiento a título individual. Pero en la situación actual se corre el riesgo de que formemos extraordinarios ingenieros, licenciados y doctores para trabajar como albañiles o como peones en cadenas de ensamblaje. Dicho de otro modo, la estructura industrial española probablemente no necesite tanta formación. Habría que repensar, por tanto, la industria que necesita el país y hacerla crecer en valor añadido. Y la segunda: como de lo que se trata es de no perder comba en capacidades educativas, se corre el riesgo de que nuestro talento emigre, algo que ya está pasando en algunas ramas, como en la ingeniería, aunque no es la única. 

Finalmente, un tercer aspecto a considerar es qué ocurre en este tipo de instituciones. Sobre el papel están bien definidas, pero por la falta de presupuestos holgados que faciliten su labor de riesgo ni una estructura empresarial receptiva, acaban quedándose en operaciones inmobiliarias con una proporción a cargo de los fondos de cohesión y la otra a cuenta de deuda universitaria. Eso cuando no quedan limitadas a una simple marca. O sea, que si de lo que se trata es de favorecer el cambio de modelo mediante la introducción de culturas de innovación, es altamente recomendable propiciar entornos de transformación del tejido industrial y dotar los instrumentos de promoción del conocimiento. Otra cosa es perder el tiempo y el dinero, además del talento.

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